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miércoles, 29 de octubre de 2008

SER UNA GEISHA

Una geisha es una “Persona del Arte”. Concretamente, gei significa ‘cultura’ o ‘arte’, y sha ‘alguien’, así pues geisha puede traducirse como “persona de la cultura”, porque tienen un conocimiento profundo de la cultura tradicional japonesa en ámbitos muy variados. En Kyoto, las llaman geikos.
El origen de las geishas se sitúa en el siglo XVII, bajo el reinado del Taicún Togugawa, lo que actualmente conocemos como Tokio. Entonces eran bailarinas y músicas que participaban en importantes banquetes y eran enormemente apreciadas por su educación y refinamiento. En 1.700, un decreto shogunal quiso reglamentar esta nueva profesión y obligó a las geishas a residir en “barrios” reservados. Ante esta reagrupación forzada en prostíbulos, un cierto número de geishas decidió dejar su Okiyas (el establecimiento que las formaba) y reagruparon entonces en escuelas.
En el siglo XVIII, las geishas fueron consideradas como mujeres con una profesión ya definida, eran muy distintas a las cortesanas, las yujos. No debían vender sus encantos, ni adoptar modales sugerentes. Hoy, organizadas como una corporación, las geishas tienen reglamentadas sus actividades con un riguroso código ético. Pues una geisha no es en absoluto una prostituta.
En aquella época a la edad de 3 años y 3 días se ingresaba en una escuela de aprendiza para geisha. Estas aprendizas se llamaban maikos. Algunas eran vendidas por familias pobres a las Okiya que se encargaban de su educación; otras provenían de familias nobles. Actualmente, para entrar en una casa de geishas, hay que tener 15 años y haber concluido la escolaridad obligatoria. Una maiko debe tener aptitudes para las artes: canto, baile, tocar algún instrumento y saber entablar una conversación. Más que la belleza, se prefiere las aptitudes artísticas y las cualidades morales: deben ser amables, dulces y serviciales.
Cuando se elige ser una geisha, la joven deja su familia y se instala en una Okiya. Allí viven las geishas y las maikos bajo la dirección de una madre (mama san). Es esta quien paga toda su formación; la alimenta, la aloja, atiende sus necesidades; la maiko debe posteriormente reembolsarle la deuda. La maiko se pone a cargo de una geisha más experimentada llamada “Gran Hermana” convirtiéndose así en la “Hermanita”. La “Gran Hermana” le enseña a su hermana menor a comportarse en sociedad, le da consejos sobre su maquillaje, sus trajes, la presenta en sociedad y le enseña las casas de té que hay que frecuentar; fundamentalmente es responsable de la hermanita si ésta llega a comportarse mal. El destino de toda futura geisha está en las manos de su “Gran Hermana”. Una Geisha de prestigio, no pondrá su reputación en peligro apadrinando a una “Hermanita” a la que considere incapaz.
Cada mañana, la maiko va a la escuela de geishas. Encuentra allí a geishas profesionales y de más edad que continúan su perfeccionamiento. Su formación dura tres años, durante los cuales debe aprender el arte del baño, del peinado, del maquillaje, del baile, del canto, de la música, de la poesía, del ikebana (arte floral), de la caligrafía, así como por supuesto la ceremonia del té llamado “chanoyu”, y la conversación.
Una geisha, esencialmente es pues una huésped profesional orientada a las artes de la diversión. Tradicionalmente, las diversiones y las salidas del hombre japonés se celebran sin su esposa y se efectúan en sus relaciones laborales. Las geishas son en general varias cuando se trata de un banquete. Su papel consiste, entre otras cosas, en servir el sake. Durante la tarde, bailan, cantan, recitan poemas tradicionales o juegan al shamisen, también tocan el tambor o la flauta. Abren las puertas, o sirven el té según la tradición. Todas sus cualidades están orientadas para hacer de una tarde, una reunión, o una comida momentos agradables, pero reservado sólo para una cierta élite. Las geishas realizan igualmente espectáculos públicos para celebrar ciertos acontecimientos.
Hoy las encontramos sobre todo en las ciudades de Ósaka y Kyoto. Sus graciosas siluetas recuerda que se está ante una de las últimas formas de “arte viviente”.


NAMASTÉ.