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lunes, 1 de diciembre de 2008

LEYENDA COMANCHE

El pueblo comanche no conocía la idea de un solo Dios o un solo Gran Espíritu. Ellos adoraban a muchos espíritus, cada uno de los cuales representaba una acción. Por ejemplo, invocaban al espíritu del ciervo para obtener la agilidad, al espíritu del águila para conseguir fuerza, al importante espíritu del búfalo para obtener buena caza.
Según la leyenda, en un invierno de los tiempos pretéritos, la lluvia no cayó en las praderas de Texas. La sequía fue tan grande que ahuyentó la caza y sembró el hambre. La muerte abatió a los hombres y diezmó las tribus del pueblo comanche.
Entre los pocos hambrientos que quedaron vivos se encontraba la huérfana Muy-Sola, a quien en tiempo de prosperidad sus padres habían confeccionado un muñeco de piel de ante, con los rasgos del rostro pintados con jugo de bayas y plumas azules de guerrero coronando su cabeza. La niña quería mucho a su muñeco.
Un día, a la hora de la puesta del sol, el sacerdote de la tribu, que había subido al monte para consultar a los espíritus, regresó y dijo: "El pueblo se ha vuelto egoísta; durante años lo ha obtenido todo de la tierra sin devolver nada. Los grandes espíritus dicen que el pueblo ha de ofrecer un sacrificio. Cada uno de nosotros ha de quemar lo más valioso que podamos ofrecer. Las cenizas de la ofrenda serán desparramadas en el Hogar de los Vientos. Cuando el sacrificio se haya consumado, se acabarán la sequía y el hambre, y la muerte ya no os amenazará".
Los hombres pensaron que sus más apreciados arcos con sus correspondientes flechas no agradarían a los espíritus; lo mismo pensaron las mujeres acerca de sus hermosas mantas teñidas a mano. Sólo Muy-Sola comprendió que debía quemar su muñeco: "Tú eres lo más valioso que tengo. Es a ti a quien quieren los grandes espíritus".
Y así, cuando la hoguera del consejo se extinguía y la gente se había recogido en sus tipis para dormir, la pequeña Muy-Sola tomó su muñeco y una tea de la hoguera y subió al monte para ofrecer su sacrificio.
Pensó en su abuela y su abuelo, en su mamá y su papá, a quienes el hambre había devorado; pensó en lo que quedaba de su gente y, antes de que pudiera arrepentirse, prendió fuego al muñeco. Se quedó mirando la pequeña hoguera hasta que las llamas se apagaron y las cenizas se enfriaron; entonces las tomó en sus manos y las esparció por el Hogar de los Vientos, por el norte y el este, el sur y el oeste. Y se durmió hasta el amanecer. Cuando despertó, el suelo se hallaba cubierto de flores azules como las plumas prendidas del cabello de su muñeco allí donde habían caído las cenizas.
Y cuando el pueblo salió de sus tiendas, entendió el fenómeno como un milagro que simbolizaba el perdón de los grandes espíritus. Entonces empezó a caer una lluvia tibia y el suelo reseco volvió a cobrar vida. La gente comprendió que por encima del egoísmo reinante entre las tribus, el sacrificio de la pequeña les había salvado de la extinción. A partir de entonces, Muy-Sola recibió el nombre de La-Que-Ama-Mucho-A-Su-Pueblo.

NAMASTÈ.