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viernes, 4 de enero de 2008

El FONDO MARINO

Si pudiéramos contemplar el fondo marino sin agua, no veríamos solamente abismos. Más bien podríamos contemplar un imponente paisaje, donde abunda la diversidad de formas como en tierra, con montañas y valles, altiplanos y llanuras abisales, extensas cadenas montañosas. Sin embargo, por encima del mismo hay una media de 3.650 metros de agua y, a partir de una profundidad de unos 500 metros, reina la más absoluta oscuridad. Además, con una temperatura relativamente constante de 1 a 3 °C, no es precisamente cálido según criterios humanos y la presión hidrostática del agua aumenta una atmósfera por cada 10 metros de profundidad. ¡Eso supone 1.100 atmósferas a once kilómetros de profundidad!

Casi un 80 % del fondo marino está por debajo de los 1.000 metros, por lo que la presión hidrostática normal para sus habitantes es unas cien veces superior a la presión atmosférica a la que estamos habituados. La variación de la presión al aumentar la profundidad en los océanos es un factor que no pueden evitar los organismos vivos y, en consecuencia, tienen que adaptarse al mismo. Evidentemente, estas condiciones adversas no impiden el despliegue de una diversa vida animal, pues incluso en los fondos de las simas más profundas encontramos seres vivos.

Si durante mucho tiempo se creyó que las profundidades marinas constituían un hábitat uniforme y escasamente poblado, sobre todo por la falta de nutrientes, esta imagen ha cambiado a lo largo de las últimas décadas. Con el descubrimiento y la exploración de comunidades bióticas desconocidas en las chimeneas hidrotermales o la sorprendente biodiversidad en las montañas submarinas, se confirmó progresivamente la impresión de una considerable variabilidad espaciotemporal de este ecosistema casi inaccesible.

Las transiciones entre las distintas zonas son fluidas: las zonas eulitoral y sublitoral están marcadas por las mareas y la situación del borde de la plataforma continental, la zona batial incluye el talud continental, la zona abisal engloba el pie del talud continental, las llanuras abisales y las dorsales oceánicas. La zona hadal comprende las fosas por debajo de los 6.000 metros.

Vida bentónica en comunidad: vivir en las profundidades

En el talud continental del Atlántico Norte viven las anémonas Cerianthus borealis sobre fondos blandos. (Photo: R. Cooper, NURP)
Determinadas zonas del fondo marino, desde la costa hasta las profundidades abisales, están colonizadas por comunidades bióticas características, cuyos miembros –las distintas especies individuales– requieren condiciones ambientales similares como son, por ejemplo, la presión (y, por tanto, la profundidad), la temperatura, la iluminación y la calidad del agua. Estos factores son determinantes en la distribución de los organismos bentónicos, como se denomina a los habitantes del fondo, ya que vinculan a algunas especies con determinados lugares.

A diferencia de la tierra y el agua dulce, el mar posee un grupo de animales fijos (sésiles) de gran variedad e importancia ecológica, muchos de ellos con aspecto de plantas (lo que evidencian nombres como “anémona de mar”, “lirio de mar”, etc.). La zonificación de estos animales en el fondo marino suele ser tan impresionante como la zonificación de los árboles en una montaña y existe una base para la clasificación de estas comunidades similar a la de las grandes plantas terrestres.
Corales blandos, crinoideos y plumas de mar buscan un sustrato duro para fijarse. (Photo: NURP)

La estructura del suelo o del sustrato determina en gran medida la presencia o ausencia de determinadas formas de vida bentónicas. En los fondos rocosos están representadas principalmente las formas que viven directamente sobre la superficie, en muchos casos fijadas al sustrato, y que se denominan epifauna. En general, la población de animales se compone de organismos urticantes como la anémona de mar y los corales, balanos, gusanos tubícolas, moluscos como los mejillones y ostras o ascidias. Entre medias, encontramos estrellas de mar, erizos de mar, gasterópodos y crustáceos que se mueven libremente. Con luz suficiente y un sustrato seguro para fijarse, crecen las grandes algas que, además, ofrecen protección y alimento para otras especies.

Sin embargo, la mayor parte del fondo marino está cubierto de sedimentos sueltos, un hábitat sobre todo para los organismos excavadores que penetran en el sustrato o construyen tubos y cuevas, estos seres son la denominada infauna. Las relaciones entre las especies pueden ser directas, como depredadores y presas, o indirectas, como cuando los tubos deshabitados de una especie son finalmente ocupados por otras especies.

Las provisiones vienen de arriba
La provisión de alimentos para los organismos bentónicos depende casi exclusivamente de las partículas que se precipitan lentamente como la nieve. Excepto en las zonas costeras iluminadas, en el fondo del mar prácticamente no existe la producción primaria de plantas ya que la luz necesaria para la fotosíntesis no penetra en las profundidades mayores.

Lo que llega al fondo, su forma y, sobre todo, su cantidad, depende asimismo de diferentes factores. A veces se trata de cantidades considerables de materia vegetal de origen terrestre, como madera y restos de hojas, que pueden encontrarse incluso a grandes profundidades. Sin embargo, la principal fuente de nutrientes para la fauna bentónica procede de los restos de organismos pelágicos, los que nadan libremente o flotan a la deriva en las capas de agua superiores. Los delicados crinoideos se orientan hacia la corriente para filtrar las partículas que hay en el agua. (Photo: NURP)
Con sus tentáculos frontales, los gusanos tubícolas atrapan las partículas del agua, mientras que sus cuerpos están ocultos en los tubos que ellos mismos construyen. (Photo: NURP)

Los cambios estacionales en la superficie, como la floración del fitoplancton y las consiguientes fluctuaciones en la población de zooplancton durante el verano, acaban precipitándose finalmente en el menú de la fauna bentónica. Así, en las latitudes templadas, el número de diatomeas que se precipitan al fondo durante el verano puede ser cien veces superior a la cantidad que se deposita en invierno y, de este modo, ocasionar oscilaciones de peso estacionales en la fauna bentónica.

Sin embargo, a mayor profundidad, menor cantidad de comida. Mientras que en las zonas de aguas someras la mayor parte del alimento de los organismos bentónicos consigue llegar al fondo, al aumentar la profundidad las partículas van siendo devoradas por otros elementos de la cadena trófica a lo largo de la columna de agua, de modo que sólo llega una fracción de la producción desde la superficie a las profundidades. La fauna bentónica de las profundidades debe conformarse con lo que sobra o recurrir a otros medios.

Pues, en última instancia, sólo llegan al fondo abisal los componentes difícilmente digeribles de la materia orgánica, como paredes celulares, conchas y esqueletos. De su descomposición se encargan finalmente las bacterias, presentes en gran número en la superficie de los sedimentos y que constituyen un importante eslabón de la red trófica marina. Los compuestos orgánicos que no pueden ser utilizados directamente por los animales, son descompuestos por las bacterias y, a través de la biomasa bacteriana, son nuevamente introducidos en el ciclo de la materia por los organismos filtrantes de bacterias. El principio de la naturaleza es el reciclaje casi al 100 %.

Una comida ocasional para la fauna bentónica son los cadáveres de grandes animales de la zona pelágica, como tiburones o ballenas que, a diferencia de las finas partículas de la “nieve del mar”, descienden hacia el fondo a una velocidad de varios miles de metros al día. Hasta los 3.000 metros de profundidad, los tiburones de aguas profundas constituyen unos comensales agradecidos; más abajo, se encargan de los cadáveres los anfípodos, algunos de hasta 20 centímetros de tamaño, los granaderos y también los calamares. Aparentemente, también en los fondos afóticos de los mares viven animales en cantidades suficientes y con la movilidad necesaria para devorar raciones de carne que caen sólo de forma ocasional e imprevisible. Y, de hecho, se ha comprobado la existencia de crustáceos carroñeros incluso a 9.000 metros de profundidad, en las fosas de las Islas Filipinas.

Representantes típicos
La diversidad de especies del fondo marino es sorprendente. En una superficie de prueba de sólo 50 metros cuadrados, situada al pie del talud continental en el Atlántico noroccidental, se determinó la existencia de casi 1.600 especies de invertebrados. Al aumentar la profundidad, se incrementa la proporción de formas de vida pequeñas (meiofauna) en la fauna total. A los organismos típicos de las profundidades marinas pertenecen representantes tan enigmáticos como los Xenophyophoria, rizópodos gigantes de hasta 25 centímetros de diámetro, con una concha de cuerpos extraños pegados. O sus parientes lejanos del grupo Komokiacea, unos microorganismos que producen unas estructuras finas e irregulares que parecen estar implicados en la formación de los nódulos de manganeso.

Los crustáceos, como la especie Munida iris, presentan una amplia distribución y habitan las cuevas del talud continental. (Photo: S. Ross, NURP)


Los pulpos viven en todos los océanos, también en los fondos lodosos de la zona abisal. (Photo: L. Levin, NURP)
Las esponjas de la clase Hexactinella se fijan mediante espículas alargadas al sedimento o directamente sobre un sustrato duro. Si el movimiento del agua es más fuerte, sobre suelos duros nos encontramos también gorgonias y corales duros. También abundan sobre los sedimentos blandos las anémonas de mar excavadoras y las plumas de mar, que pertenecen a los animales urticantes (celentéreos) como los corales y están formadas por largos pedúnculos en forma de látigos, terminados en unos grandes pólipos en forma de estrella.

Se han redescubierto especies primitivas que sólo se conocían como fósiles: es el caso del Neopilina, un molusco primitivo que sólo vive en la zona abisal a unos 4.000 metros de profundidad. En general, los moluscos y gasterópodos están representados en gran número. Son exclusivos de las profundidades marinas los moluscos primitivos de la subclase de los protobranquios, que atrapan partículas comestibles del sustrato con sus alargados lóbulos bucales, mientras que el número de moluscos más evolucionados, que se alimentan mediante la filtración del agua que respiran, disminuye al aumentar la profundidad.

La mayoría de las grandes especies de la epifauna pertenecen a los mismos grupos de familias que las especies de los mares costeros. Entre estas especies encontramos cohombros o pepinos de mar, ofiuras, camarones y esponjas silíceas; sin embargo, al aumentar la profundidad, disminuye su densidad de población por metro cuadrado de sustrato. Una serie de organismos de la endofauna, en su mayoría con forma de gusanos, pertenecen a los grupos de animales que no tienen representantes, o muy pocos, fuera de los mares. Sus extraños cuerpos plantean tantos enigmas como su modo de vida. De algunos, como los gusanos equiuroideos verdes (Echiurida) hasta la fecha sólo se conocen partes del cuerpo que fueron extraídas junto con muestras de suelo de grandes profundidades.

Hoy en día, las profundidades marinas constituyen un hábitat cuyo estudio detallado nos permitiría describir especies aún desconocidas e incluso nuevos filos del reino animal. Las estimaciones ascienden hasta los 10 millones de especies y, si este dato fuese correcto, hasta la fecha sólo se ha descrito la mitad. Y uno de los crisoles o “puntos calientes” de la biodiversidad marina sólo lo conocemos desde hace unos 30 años: hablamos de las comunidades bióticas en torno a las fuentes hidrotermales submarinas

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